Hace siete años, los fundadores de la Finca Bellavista Mateo y Erica Hogan, visitaron por primera vez la propiedad que se convertiría, hasta el día de hoy, en su hogar fuera de la ciudad. Esta construcción se ubica en las alturas del bosque tropical de Costa Rica, rodeada de follaje y todo tipo de plantas y animales, esta guarida se yergue por entremedio de las copas de los árboles como un santuario dentro de un santuario.

Con la idea de crear una verdadera comunidad autosustentable, el proyecto fue llevado adelante para que la compra del terreno tuviera un propósito valioso en todo sentido. Su nombre está inspirado en el pintoresco Río Bellavista, un corredor de aguas blancas, rodeado por abundante verde, donde las personas pueden zambullirse a diario y disfrutar de su afluencia.

Como parte del plan de integrar plenamente la forma con el paisaje, las copas de los árboles se ciernen cerca del borde del grupo de estructuras que hoy conforman lo que es la Finca Bellavista, un espacio donde las personas pueden hospedarse y vivir experiencias diferentes, en contacto con el entorno y con lo que Costa Rica ofrece particularmente como destino turístico.

Finca Bellavista se encuentra en una zona relativamente prístina de Costa Rica, muy alejada del bullicio del mundo exterior. El pueblo más cercano queda a 1,5 millas de distancia y tiene sólo una escuela, una iglesia, una pulpería, una parada de autobús, un puñado de casas y un campo de fútbol. Mientras el pueblo se centra en proporcionar un lugar para que los seres humanos vivan, en el medio del bosque, Erica y Matt Hogan, se han comprometido a ser administradores de la tierra y el medio ambiente que lo rodea. Su búsqueda está en interactuar y crecer dentro de este ecosistema de la forma más precavida y consciente posible.

Todo el complejo está conectado por tirolesas y puentes colgantes. El equipo central vive y trabaja en la propiedad, mientras que los residentes y los huéspedes transitorios pueden disfrutar de los paradisíacos alrededores temporalmente. La finca o granja, como también se la llama, es parte de una red de hoteles eco-friendly de aventura de Costa Rica y a pesar de eso, ésta "ciudad entre copas" sigue siendo uno de los pocos entornos vírgenes del país.

La comunidad que allí vive es casi completamente autosuficente y sustentable. El espacio cuenta con un comedor, sala de estar al aire libre, un rancho, casa de baños, lugar de campamento, jardín para boda, etc. El complejo sigue creciendo y creando un sentido diferente de lo que se entiende por "vida en el bosque", con pocas casas del árbol en diversas etapas de construcción, la Finca es una de las primeras casas del árbol contemporáneas que es a la vez comunitaria, planificada según estándares permaculturales y arquitectónicos y sostenible.

Cada residente debe comprar y utilizar un biodigestor, que genera electricidad y calor a partir de un proceso de conversión de residuos en energía. La arquitectura está optimizada para aprovechar al máximo la ventilación cruzada, la iluminación natural pasiva y los sistemas de construcción responsables.

El floreciente barrio atrae personas afines, comprometidas con la conservación y dispuestos a ser participantes sutiles en el balance general del ecosistema conservado sin inmutar. Esta forma de construcción y de vida, demuestra que el delicado intercambio entre el hombre y la naturaleza no solo es posible, sino que es la forma más exuberante de interactuar con el mundo.