Era un viernescomo cualquier otro. El trabajo estaba llegando a su fin pero la verdad era queel fin de semana no me entusiasmaba demasiado. Había algunos planes con misamigos, pero incluso era uno de esos eventos que ya se sentía rutinario. Queríaalgo diferente.  

Mi novia siemprehabía sido la entusiasta y espontánea. En una de nuestras primeras citas, antesde saber que llegaríamos a estar juntos por años, me mintió diciendo que iríamosa un bar, pero en realidad me llevó a ver una obra de teatro callejero. Lasorpresa del plan y el que yo no supiera qué sucedía lo hizo aún más divertido.Lo más importante, es que ella dice que ese día, al ver mi entusiasmo a cada minuto,supo que era una relación que valía la pena. 

auto

Con ese recuerdo en la mente supe que la rutina nos come poco a poco y que ella merecía algo acorde a su forma de ser. Por eso le dije que iríamos a cenar y ahora fui yo quien estaba afuera de su oficina mientras la tarde caía. Manejé a su casa y le dije que la cena tenía que esperar, que hiciera una maleta con ropa ligera para todo el fin de semana. Cuando nuestras miradas se cruzaron, supe que ella había pensado lo mismo que yo, que esto era una forma de continuar con esa cita improvisada y sorpresa, que ese fin de semana iba a ser memorable.  

Mientras el sol se metía en la Ciudad de México, logramos salir de ahí y un par de horas después estábamos llegando a Cholula, Puebla. El ambiente universitario se vive mejor los viernes y sábados en ese pequeño pero increíble lugar. Después de buscar hospedaje sin éxito en dos hoteles, un hostal nos ofreció un cuarto privado en el que dejamos nuestras cosas y salimos a recorrer las calles ajenas a los dos.  
Fue una forma perfecta de conocer un nuevo lugar para los dos. En el área de San Andres comenzamos a hacer una de nuestras tradiciones favoritas, conocer la mayor cantidad de bares en una noche. Así probamos tres distintas cervezas artesanales en tres bares distintos, pero una hora y media después decidimos quedarnos en el cuarto lugar. Jazzatlan fue la forma perfecta de terminar una noche tranquila entre vino, mezcal y jazz. Sólo un poco mareados regresamos antes de la medianoche al hostal para descansar, pues a las seis de la mañana ya estábamos de nuevo en la carretera.  

Jazzatlán

Llegamos a Veracruz, una de las ciudades con más historia del país, poco después de las nueve de la mañana y a pesar de sus famosos restaurantes y cafés, nos adentramos en el Mercado Hidalgo, una eminencia gastronómica en la que puedes probar desde los antojitos más típicos de la región, hasta los platillos más elaborados, a una fracción del precio comparado con otros lugares.  

Visitamos el centro histórico mientras el sol aún no hacía imposible recorrer las calles y cuando el calor se volvió insoportable fuimos a la alberca del hotel y a relajarnos un poco. Por la tarde salimos de nuevo, visitamos un par de sitios históricos para terminar la noche caminando por el famoso malecón.  

Es increíble lo mucho que puedes hacer si decides cambiar tu rutina aunque sea un fin de semana. El domingo desayunamos en el famoso café La Parroquia y disfrutamos su famoso café con leche, después visitamos el acuario de Veracruz, que es uno de los mejores de todo México y comenzamos el regreso de seis horas a la Ciudad de México.  

parroquia

Hoy tres fotografías de ese viaje cuelgan en la pared de la habitación de mi novia. Una en la que yo manejo saliendo de la ciudad, una en la que ella va caminando en el centro histórico de Veracruz y otra de los dos junto a un grupo de músicos en el malecón.  

En menos de dos días vivimos historias que ahora contamos en muchas de las reuniones a las que vamos. Descubrimos que los viajes pueden ser perfectos sin tener que planificarlos por meses y que con la compañía correcta y con disposición, cualquier lugar puede ser el mejor destino para viajar.