Mucho se ha hablado en los últimos años sobre el Buen Vivir, fundamentalmente a partir de los procesos de incorporación del paradigma en las Constituciones Boliviana y Ecuatoriana: Trataremos de explicar brevemente de qué se trata este concepto.
En primer lugar, el mismo es un paradigma sobre el modo en que debemos organizarnos y convivir, que se inserta en el debate sobre alternativas al desarrollo. La acepción sobre el término “desarrollo” se ha ido modificando en el transcurso de las últimas cinco décadas, para abordar los temas relacionados fundamentalmente con los problemas del subdesarrollo (entendido como ausencia de crecimiento económico). Desde entonces, los enfoques han variado desde visiones muy restringidas relacionadas con el crecimiento económico hasta versiones más amplias relacionadas con el capital humano, el desarrollo sostenible, el capital social, entre otros, convirtiendo a la palabra desarrollo en una categoría adjetivada de modo innovador pero vacía de contenido.

En tal sentido, existen dos grandes posibilidades en el marco de las alternativas de cambio y transformación. De un lado, el desarrollo alternativo encaminado hacia la superación de las barreras que impiden la modernización (ya sean económicas, sociales, políticas, culturales o ambientales), a manera de una mayor funcionalización del progreso, del crecimiento económico y del bienestar social, entendido como mayores niveles de consumo. Del otro lado, las propuestas de Alternativas al Desarrollo, bajo la perspectiva de construir “otro” desarrollo, a partir de la superación de la cultura y organización social modernas, del mero progreso económico capitalista que deriva en exclusión social de las mayorías y destrucción de la naturaleza.
El principal argumento de estas tendencias teóricas es que mientras se mantenga la ideología del progreso no se pude hablar de “otro” desarrollo, a lo mucho de desarrollo alternativo, pero definitivamente no una alternativa al desarrollo capitalista. Son alternativas al desarrollo porque buscan romper con las bases culturales e ideológicas del desarrollo contemporáneo, y apelar a otros objetivos y prácticas. Rechazando el contenido y las implicaciones del paradigma desarrollista, la propuesta es utilizar un nuevo concepto que pueda ser entendido como realización de potencialidades, sustentado en la diversidad cultural y la diversidad de los modos de producción, la democracia, el respeto por la naturaleza y los valores de solidaridad.

En este panorama, el Buen Vivir entra de manera directa y vigorosa en este debate de ir más allá del desarrollo convencional y de la cultura del progreso, en la medida en que abriga una propuesta de alternativa al desarrollo y lo hace a través de la definición de un conjunto de valores, fines y medios que implican volver a un marco de armonía con la naturaleza. El Buen Vivir busca satisfacer plenamente las necesidades básicas de toda nuestra población, como propuesta superadora de la inviabilidad del estilo de vida dominante y sus límites políticos, económicos, sociales y ambientales. Frente al «mal vivir» de la actual civilización en crisis, se propone el Buen Vivir de nuestros pueblos originarios.
Al ser un concepto multidimensional que se encuentra en construcción, proponer una definición resulta complicado. No obstante, podemos acercarnos enunciando de qué se trata. El Buen Vivir resulta de una recuperación de los saberes y sensibilidades propias de nuestros pueblos indígenas, apuntando hacia una nueva concepción de la vida buena y el bienestar de las personas, una nueva socialización pensada desde la colectividad y la solidaridad, y una nueva racionalidad ambiental que rompa con el uso instrumental de la naturaleza.

Como filosofía de vida, el concepto de Buen Vivir polemiza y tematiza varias cuestiones. En primer lugar, la concepción del tiempo y el espacio. Al contrario de la noción occidental de un tiempo lineal, en la cosmovisión andina, el espacio y el tiempo es uno y es repetitivo. Existe una noción de «ciclicidad» que no se entiende como una espiral interminable sino como ciclos. Estos ciclos del cosmos, de la vida, responden también a ciclos de la Madre Tierra, por lo que se hace necesario estar en armonía con la naturaleza que nos rodea. Esto nos lleva a un segundo aspecto. Justamente, una de las principales críticas que supone la concepción del Buen Vivir, es la separación entre sociedad y naturaleza. A esta separación opone otra forma de relacionamiento con el entorno que supone un profundo respeto por todo lo que existe, por todas las formas de existencia. El buen vivir implica una relación con la naturaleza tal que se aseguren simultáneamente el bienestar de las personas y la supervivencia de plantas, animales, ecosistemas, etc. Así llegamos a un tercer aspecto: el buen vivir se opone a la idea de bienestar occidental ya que no se reduce a los bienes materiales y a los ingresos económicos ni supone una mejor calidad de vida en términos de un mayor consumo, sino que es una visión más amplia del estar bien, recuperando los aspectos afectivos y espirituales: estar bien uno con su comunidad, con su tierra, con su cultura, con sus valores, con la naturaleza que no nos es ajena, como el saber occidental pretende hacernos creer. Se trata de lograr un equilibrio entre lo espiritual y lo material. Por último, pero no por eso menos importante, esta concepción del mundo propone una vida colectiva y comunitaria, por ello la insistencia en la participación comunitaria y la representación desde abajo hacia arriba. Es el sentido de pertenencia, de identidad en común, que se opone totalmente al individualismo, al aislamiento, a la competencia, a la soledad de nuestra civilización occidental. En esta perspectiva, el entendimiento del mundo no cabe en el «yo», sino en el «nosotros», es un pensamiento totalmente comunitario.